La Armada Invencible by Garrett Mattingly

La Armada Invencible by Garrett Mattingly

autor:Garrett Mattingly [Mattingly, Garrett]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Referencia, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1959-01-01T05:00:00+00:00


NOTAS

The Defeat of the Spanish Armada, 2 vols. (Navy Record Soc., 1894), por J. K. Laughton, empieza en 21 de diciembre de 1587 e imprime la mayoría de documentos navales de la guerra en el mar. Otras fuentes, como anteriormente, especialmente Van der Essen, en Farnese y C. S. P. F.

EN ESPERA DE UN MILAGRO

Lisboa, 9 de febrero-25 de abril de 1588

CAPÍTULO

XVII

Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz y capitán general de los Océanos, héroe de Lepanto, vencedor de Terceira y muchas otras famosas batallas, nombrado Almirante de los Mares para la invasión de Inglaterra —desde que la empresa comenzó a germinar—, murió en Lisboa el 9 de febrero de 1588. Con él desapareció, según la gente dio en pensar años más tarde, una buena parte de la gloria de la marina española y la mayor esperanza en la victoria de España. Según opinión general, solamente si el viejo marqués hubiese vivido para dirigir las operaciones en el Canal el asunto habría marchado de distinta forma. Pero, agotado a los sesenta y dos años por el esfuerzo de preparar la flota, murió con el corazón destrozado por los duros reproches de su rey, o al menos así vienen asegurándolo desde entonces las crónicas españolas de la época y una creciente ola de leyenda y especulación.

Es difícil creer que en 1588 incluso Horacio Nelson hubiera podido llevar a la victoria la Armada española y, por otra parte, el testimonio de que Santa Cruz trabajase en Lisboa hasta quedar extenuado, como sólo depende de unas veinte cartas suyas dirigidas al rey explicando por qué la flota aún no podía zarpar y prometiendo que pronto zarparía, resulta también inadecuado. Las cartas del rey al marqués no eran severas, sino simplemente impacientes para corroborar la leyenda. Era como si durante su extraña correspondencia de aquel invierno el rey prudente y el temerario hombre de mar hubiesen cambiado los papeles. El monarca que había dicho en cierta ocasión: «En una empresa tan importante como la de Inglaterra conviene moverse con pies de plomo», escribió luego: «El éxito depende en su mayor parte de la rapidez. ¡Dése prisa!». Y el marino que una vez defendió la conveniencia de un ataque temerario al grueso del ejército enemigo y que consideraba que la demora y la guerra a la defensiva eran un verdadero desatino, tuvo que ver cómo sus razonamientos se volvían contra él, mientras refunfuñaba por la imprudencia de dejar las costas de España sin defensa y la locura de emprender una campaña insuficientemente preparada.

Pero ninguna de sus consideraciones logró conmover al rey. Antes que Santa Cruz volviese de las Azores en el mes de septiembre, Felipe había enviado órdenes para que, tan pronto como se le incorporaran las galeazas de Nápoles y los abastecedores de Andalucía, zarpase con todas las fuerzas que pudiese reunir hacia el cabo Margate y la boca del Támesis. La rapidez y el secreto bien guardado suplirían la escasez de fuerzas, y aunque la estación no era propicia, cabía esperar que Dios —cuya causa defendían— les enviaría vientos favorables.



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